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Mi pequeño espacio libre

Un cambio.

El muchacho alzó la cabeza, pero no acertó a ver nada más que el polvo que levantaba el coche en su huida, incapaz de distinguir la matrícula, siquiera el modelo o color del vehículo. Cabizbajo, hizo inventario de su vida en unos diez segundos, tras lo cual comenzó a llorar como no recordaba haberlo hecho desde hacía mucho tiempo, acaso cuando su padre le pegaba al no traer del colegio buenas notas. Ahora no era nadie, no contaba para nadie, no tenía ni un ser querido al que contarle sus penas. Y sintió que siempre había sido así, y que siempre se había negado a reconocerlo.

Lloró, lloró, lloró y lloró. Derramó saladas lágrimas sobre su cara y sobre su camiseta donde, debido al polvo, se preparaba una magnifica mancha parduzca. Fue en ese día, en ese mismo momento, cuando, por fin, se decidió a empezar lo que sería su nueva vida, una vida de verdad, que manejara él y nadie más. Secó sus lágrimas, se levantó del suelo, miró al cielo, y se sintió seguro.

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