Una sombra en la ventana.
. Cuentan que él se fue a la guerra, y que desde entonces ella le espera. Cuentan que lloraron tanto en su despedida como sus derrotados cuerpos se lo permitieron. Que nunca nadie había presenciado tanto dolor en una separación. Cuentan que todas las tardes, antes del anochecer, ella se asoma a la ventana desde la que se observa el camino y, pacientemente, sueña con la vuelta de su amado mientras, con lágrimas en los ojos, relee las cartas de amor que él le envió muchos años atrás, y qué dejó de recibir sin explicación. Cuentan que ella asegura que debe estar preso, o luchando en tierras extrañas de extrañas lenguas, o en remotos lugares aún sin civilizar, donde no conocen aún ni el uso de las cartas. Esas explicaciones le sirven para convencerse de que él está vivo, y que volverá. Cuanto más veces las dice, más se las va creyendo.
. Me dijeron que habían sido la pareja más ejemplar del pueblo, porque siempre se les veía juntos, siempre alegres, siempre cogidos de la mano. Él era un muchacho muy bien parecido, alto y de hombros anchos, sin un gramo que le sobrara, y poseedor de la fuerza de un toro. Ella era hermosa, ella era la reina de todas las fiestas, ella la preferida de todos, la soñada por todos, la envidiada por todas, la más bella belleza que nadie jamás había visto. Me aseguraron que venían preparando la celebración de las nupcias, mas no sabían que la guerra estaba comenzando, y que el inicio de ésta sería el fin de aquellos. Desde que él no está, desde que se llevó la alegría de ella, la gente del pueblo comenta que todo está más triste, que todo es algo un poquito más feo, y que hay una luz que ya no ilumina, una flor que se marchita, mirando al camino cada anochecer.
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