Escribiendo.
Me aburro esperando.
La veo mandando un mensaje con el móvil (qué forma de mover el dedo, se le va a salir).
Se levanta. Anda. Se deja ver.
Dos niños juegan a una absurda tontería.
Se vuelve a sentar. Lee unos apuntes. Hace como que lee.
Un tío con muchas horas de gimnasio pasa por delante, pecho sacado, sin respirar.
Yo ya no me aburro. Escribo. La miro. Escribo. Observo a los niños y al tío cachas, que vuelve.
Hay un extintor en mitad del pasillo. Cinco puertas que dan entrada a cinco clases. Ocho papeleras, ocho. Sobran cuatro. Nos tocan a casi dos por cabeza!
Los niños son un poco raros. Como que tienen 23 años y van conmigo a clase. Pero son unos críos.
Ha dejado los apuntes, ahora lee un libro. Un best-seller. Llagan otros dos compañeros. Saludo a uno. El otro va con los auriculares puestos. Será más interesante lo que oye que saludarme a mí. Llega otro que también me saluda.
Una chica, maja, se acerca. La conozco. Pregunta si es aquí. Aquí es. Se sienta y saca un cigarro.
Ahora llega más gente. Son todos muy raros.
Va a empezar la clase
Ya acabó la clase. Estoy en el andén del tren. Hay poca gente esperando porque hace dos minutos que salió un tren en cada dirección. Los que estamos, ocupamos cada uno un banco. Parece como si el tiempo en la estación fuera inútil para todo el mundo. Están deseando que pasen cinco minutos para irse. Pero son cinco minutos! No se pueden perder, así que escribo.
Al salir de clase ya no estaba ella. No me importa, porque no la conocía. Pero era interesante. Parecía interesante. Probablemente la vuelva a ver.
Hay obreros en la estación, porque están de reformas. No nos han dicho si las reformas son para mejor o para peor, ni si van a terminar alguna vez.
Entro en el tren. Me resulta extraño escribir aquí. Generalmente me cuesta mucho escribir y ya ves, hoy lo hago delante de cincuenta pasajeros. Unos veinte de ellos están leyendo. Otros veinte miran a los que están leyendo. Los diez que faltan pasan el tiempo. ¿Estarán pensando? Hay una que trata de dormir. Gente con gafas de sol en el tren. Gente con txapela en el tren. Gente con móviles en el tren (aquí no hay cobertura).
Tengo que hacerlo más a menudo. Lo de escribir en cualquier lado, me refiero.
La dormida ha despertado.
¿Cómo se puede llevar esa txapela con esas chanclas tan horteras? Me acuerdo también de las mallas de red del trayecto de ida. Sin embargo la chica que va a salir va muy bien conjuntada...
Transbordo.
En este tren tampoco conozco a nadie. Me suenan los dos chicos de mi derecha. Creo que son esquizofrénicos en tratamiento.
Una mujer bastante gorda apoya los pies en el asiento de al lado. No me extraña: tiene las piernas muy pequeñas en comparación con su cuerpo. Le tienen que doler. Son más grandes sus muñecas que sus tobillos.
Una peruana sujeta el bolso con los brazos cruzados. Un negro se le sienta delante. Cada vez hay más inmigrantes aquí. Los dos tienen la mirada perdida. ¿Serán felices?
Ha pasado una chica que conozco, pero no me cae muy bien. No la paro. No me ha visto o no me ha querido ver. Da igual.
La gente corre por el andén. Será que el tren está a punto de salir. Por dentro tiene las paredes empapeladas con publicidad: bancos, lotería, cursos de idiomas, normas de seguridad, tarifas, mapas.
Entra una mujer con un crío en una silla. Nadie le ayuda. A mi lado se sienta otra señora, con una revista para señoras. Un hombre con perilla lleva una mochila de escolar. El crío de la silla tiene un móvil de juguete. Pobrecillo, con su edad.
Me llama la atención una señora cincuentona escuchando la radio con unos auriculares. Suelen ser los jóvenes los que lo hacen. Miro su camiseta, tiene escrito ?Questão de atitude?, en mayúsculas. Le miro a la cara, supongo que será portuguesa, aunque no lo parece.
La mujer gorda hace carantoñas al bebé del móvil. Ahora se baja. En su sitio se sienta la madre. Me quedan unos minutos para llegar a mi pueblo.
¿Nunca has tenido ganas de tirar de la palanca de alarma, ella tan grande, tan roja? ¿Y de la otra de desbloqueo de puestas? Utilizar sólo en caso de emergencia. Siempre me han provocado / incitado.
He llegado. Salgo del tren. En las puertas giratorias de la salida dejo pasar a la portuguesa y a la peruana, para fijarme en ellas por última vez. Me adelantan los esquizofrénicos. La madre y el bebé han seguido en el tren. Dejo de escribir porque voy andando y es muy difícil.
La veo mandando un mensaje con el móvil (qué forma de mover el dedo, se le va a salir).
Se levanta. Anda. Se deja ver.
Dos niños juegan a una absurda tontería.
Se vuelve a sentar. Lee unos apuntes. Hace como que lee.
Un tío con muchas horas de gimnasio pasa por delante, pecho sacado, sin respirar.
Yo ya no me aburro. Escribo. La miro. Escribo. Observo a los niños y al tío cachas, que vuelve.
Hay un extintor en mitad del pasillo. Cinco puertas que dan entrada a cinco clases. Ocho papeleras, ocho. Sobran cuatro. Nos tocan a casi dos por cabeza!
Los niños son un poco raros. Como que tienen 23 años y van conmigo a clase. Pero son unos críos.
Ha dejado los apuntes, ahora lee un libro. Un best-seller. Llagan otros dos compañeros. Saludo a uno. El otro va con los auriculares puestos. Será más interesante lo que oye que saludarme a mí. Llega otro que también me saluda.
Una chica, maja, se acerca. La conozco. Pregunta si es aquí. Aquí es. Se sienta y saca un cigarro.
Ahora llega más gente. Son todos muy raros.
Va a empezar la clase
Ya acabó la clase. Estoy en el andén del tren. Hay poca gente esperando porque hace dos minutos que salió un tren en cada dirección. Los que estamos, ocupamos cada uno un banco. Parece como si el tiempo en la estación fuera inútil para todo el mundo. Están deseando que pasen cinco minutos para irse. Pero son cinco minutos! No se pueden perder, así que escribo.
Al salir de clase ya no estaba ella. No me importa, porque no la conocía. Pero era interesante. Parecía interesante. Probablemente la vuelva a ver.
Hay obreros en la estación, porque están de reformas. No nos han dicho si las reformas son para mejor o para peor, ni si van a terminar alguna vez.
Entro en el tren. Me resulta extraño escribir aquí. Generalmente me cuesta mucho escribir y ya ves, hoy lo hago delante de cincuenta pasajeros. Unos veinte de ellos están leyendo. Otros veinte miran a los que están leyendo. Los diez que faltan pasan el tiempo. ¿Estarán pensando? Hay una que trata de dormir. Gente con gafas de sol en el tren. Gente con txapela en el tren. Gente con móviles en el tren (aquí no hay cobertura).
Tengo que hacerlo más a menudo. Lo de escribir en cualquier lado, me refiero.
La dormida ha despertado.
¿Cómo se puede llevar esa txapela con esas chanclas tan horteras? Me acuerdo también de las mallas de red del trayecto de ida. Sin embargo la chica que va a salir va muy bien conjuntada...
Transbordo.
En este tren tampoco conozco a nadie. Me suenan los dos chicos de mi derecha. Creo que son esquizofrénicos en tratamiento.
Una mujer bastante gorda apoya los pies en el asiento de al lado. No me extraña: tiene las piernas muy pequeñas en comparación con su cuerpo. Le tienen que doler. Son más grandes sus muñecas que sus tobillos.
Una peruana sujeta el bolso con los brazos cruzados. Un negro se le sienta delante. Cada vez hay más inmigrantes aquí. Los dos tienen la mirada perdida. ¿Serán felices?
Ha pasado una chica que conozco, pero no me cae muy bien. No la paro. No me ha visto o no me ha querido ver. Da igual.
La gente corre por el andén. Será que el tren está a punto de salir. Por dentro tiene las paredes empapeladas con publicidad: bancos, lotería, cursos de idiomas, normas de seguridad, tarifas, mapas.
Entra una mujer con un crío en una silla. Nadie le ayuda. A mi lado se sienta otra señora, con una revista para señoras. Un hombre con perilla lleva una mochila de escolar. El crío de la silla tiene un móvil de juguete. Pobrecillo, con su edad.
Me llama la atención una señora cincuentona escuchando la radio con unos auriculares. Suelen ser los jóvenes los que lo hacen. Miro su camiseta, tiene escrito ?Questão de atitude?, en mayúsculas. Le miro a la cara, supongo que será portuguesa, aunque no lo parece.
La mujer gorda hace carantoñas al bebé del móvil. Ahora se baja. En su sitio se sienta la madre. Me quedan unos minutos para llegar a mi pueblo.
¿Nunca has tenido ganas de tirar de la palanca de alarma, ella tan grande, tan roja? ¿Y de la otra de desbloqueo de puestas? Utilizar sólo en caso de emergencia. Siempre me han provocado / incitado.
He llegado. Salgo del tren. En las puertas giratorias de la salida dejo pasar a la portuguesa y a la peruana, para fijarme en ellas por última vez. Me adelantan los esquizofrénicos. La madre y el bebé han seguido en el tren. Dejo de escribir porque voy andando y es muy difícil.
2 comentarios
Patri -
Cambiando de tema, tengo una prima que una vez tiró de la palanca de parada de emergencia de un tren, y el tren de pronto se paró. Vino corriendo el revisor para preguntar por qué lo había hecho, cuál era la emergencia, y ella contestó que es que sentía curiosidad y no sabía para qué servía. Estuvieron a punto de multarla, porque está prohibido utilizarlo sin motivo, pueden meterte hasta en la cárcel, pero ella se libró. Besos, ciao!!
Ardelia -
Jaime, de novios ando divina, es decir, no uso...