Blogia
Mi pequeño espacio libre

Camino a casa.

La calle está bella, oscura, y fresca. No hay nadie más que una pareja, en un rincón, conociéndose poco a poco. Miro a la carretera: un par de taxis y dos coches negros, potentes, probablemente de ejecutivos trasnochadores. Me los imagino excusándose ante sus mujeres: "He tenido una reunión muy importante...", mientras se acuerdan de que, con las prisas, no se han puesto el anillo, escondido en el monedero.

Voy hasta mi coche que, viejo y sucio, me ha estado esperando todo el día, paciente, a dos manzanas de mi trabajo. Últimamente no hay sitio para aparcar. Lo abro lentamente, como si se me fuera a romper (o soy yo el que se puede romper?), y me dan ganas de no arrancarlo, y quedarme dormido en él, en mitad de esta calle, con la ventana bajada hasta la mitad, de modo que la brisa nocturna me acaricie la cara.

Estoy muy cansado. Agotado. Ha sido un día muy duro. Sin embargo, una sonrisa se instaló en mi cara a primera hora, quizás para oponerse al día gris que recorría la calle. Y tengo ganas de llegar a casa, cenar y comprobar que mi cama me ofrece ese descanso que tanto necesito. Mañana será un día duro.

0 comentarios